CRIOLLOS DE LA CALLE
Bus jaranero
"Nunca hagas caso, cuando te hablen de mí…". No es Luis Abanto Morales, pero la grave voz de José Chocano (37) y su afinada guitarra consiguen que un caballero deje de dormitar y voltee hacia atrás para identificar al músico que acaba de treparse al micro. Quién sabe qué recuerdos habrán pasado por su mente, qué mujer, qué amigos, qué amanecer de fin de jarana. José se percata de ello y trata de no desentonar a pesar del trastabilleo en las curvas y los balanceos en las frenadas. Con la espalda apoyada en uno de los asientos del centro del pasadizo, continúa con su interpretación, hasta el último acorde.
"Buenas tardes, señores pasajeros. Soy un integrante de la agrupación ‘Cantares de mi tierra’ y a continuación les ofreceré otro tema conocido de nuestro acervo criollo, esperando luego contar con su colaboración. Con ustedes, ‘Ven a mí’...".
Mientras ejecuta la segunda canción, tal vez José aguarda que este viaje resulte mejor que el anterior. Desde 1984, él encontró en el cantar música criolla en los carros el ingreso económico que los estudios de contabilidad jamás pudieron darle; y si bien sus cuentas no siempre están azul, al menos le permiten pasar el día: en un buen día, trabajando mañana y tarde, consigue recaudar en su bolsita azul entre 30 y 40 soles. Una mala jornada culmina con apenas 10soles en monedas de corte simplísimo.
"Un día me dijeron: si no puedes con tu profesión, explota tu habilidad, y ese es el consejo más sabio que he recibido", sostiene luego de contar que toca guitarra en casa desde los ocho años y en público desde que integró un grupo en la parroquia San Pablo, de Breña. Como muchos, empezó con las baladas, siguió con el rock en español, transitó por el folclore y recaló en la música criolla tal vez porque ese género permite más y mejores cachuelos. Pero a falta de uno de ellos, cuando menos se dio cuenta ya estaba tocando y cantando en los carros.
"Recuerdo que, por los nervios, saludé ‘buenas noches’ estando aún al mediodía, y las risas de la gente permitieron que se rompa el hielo. Entonces me solté y empecé con lo mío. Hasta ahora", relata.
Sí, hasta ahora, pero con ciertos intervalos. José confiesa que cuando se cansa del trajín, agravado en ciertas ocasiones por los maltratos de algunos cobradores, o simplemente cuando ve que es conveniente hacer descansar las cuerdas vocales, llama a un amigo que siempre le da chamba temporal como personal de seguridad. Pero dos meses después, como mínimo, retorna a las calles.
"Aunque no lo creas, saco más plata con la música", detalla animándose a revelar algunos de sus secretos: tiene una ruta establecida cerca de casa (de la Tingo María a la Wilson, a lo largo de Bolivia y Uruguay, Venezuela, teniendo como eje la Alfonso Ugarte), lo que le permite hacerse conocido en algunas líneas, pero sobre todo almorzar con su conviviente. Además, no sube a cualquier micro: prefiere las unidades grandes, semivacías y con público de mediana edad ("los jóvenes no aprecian lo criollo").
"Esperando que los temas hayan sido de su agrado, me despido esperando que pueda contar con su colaboración. Voy a pasar por sus asientos de adelante hacia atrás. Muchas gracias y será hasta otra oportunidad. Que el Señor los bendiga…".
Familia criolla
No es un callejón ni tiene un solo caño, pero la quinta del Sagrado Corazón de la cuadra 5 de la Colonial se estremece cada vez que don Aurelio Machuca Montedoro (67), su hijos Aurelio Machuca Vargas (33) y su primo Antonio Palomino Montedoro (44) ensayan para actualizar el repertorio de Familia Criolla, la agrupación que él decidió formar en 1995 luego de que sintiera que debía abandonar la orquesta en la que trabajaba para impulsar la empresa propia.
"Fue gracias a Fujimori", ironiza Aurelio hijo, tal vez recordando cómo su padre debió arreglárselas ante la creciente crisis económica que propició la desaparición de las grandes orquestas. Él mismo debió aprender a tocar cajón relegando la pasión por la guitarra que se le había inculcado en casa, y que de adolescente lo condujo a interpretar tan bien el repertorio de Silvio Rodríguez. Antonio, por su parte, tuvo que convertirse rápidamente en la segunda guitarra y el cantante del trío. Nada menos.
Lo bueno de todo es que lo musical no les resultaba ajeno. Armando Montedoro, tío de Aurelio papá, era un criollo de los de antes. Autor del valse "Madrecita", solía armar jaranas a punta de violín y entusiasmo del puro. "En esos días no se tocaba por plata, solo porque había más bitute", recuerdan.
Pero hoy las cosas han cambiado. "Familia Criolla" cobra entre 80 y 100 soles por hora, dependiendo del tiempo por el que se les contrate y de cómo se resuelva el asunto del transporte de los equipos. Es que ellos no se han quedado en la guardia vieja y cuentan ya con guitarras eléctricas con sus respectivos amplificadores, de modo que pueden empezar la fiesta con sonidos tradicionales, pero terminarla incluso fusionando ritmos.
"A veces el dueño de casa puede ser un criollazo y sus invitados no. Entonces no falta quien te pide una cumbia, una guaracha, el merengue de moda o un huaino", indica.
Quizás esa versatilidad les ha permitido sobrevivir en un mercado que, según dicen, se ha tornado precario debido a que hay músicos ‘que se tiran al piso’ en la dimensión de los honorarios, aunque quien los contrate no se percate del fiasco sino hasta cuando su jarana no consigue ser todo lo bailable que se hubiera querido. De cualquier forma aseguran que, con excepción de marzo y agosto, los meses más duros, no les falta al menos una presentación a la semana.
Manguero no, juglar…
"Mi nombre es Pipi Vela… ‘señor Vela’, para los caballeros. ‘Pipi’ para las damas que así deseen llamarme… Y no, yo no soy un ‘manguero’ (se conoce así a los músicos que van tocando de bar en bar a cambio de una propina), soy un juglar.
¿Sabes? Yo empecé como músico en Iquitos con mucha pompa, con un primer LP a todo lujo y conciertos por todas partes. En el 74 vine a Lima. Pudo irme bien, pero por romanticismo volví a la amazonía, y allí empecé a vivir de la música. En el 90 regresé a la capital, pero las cosas estaban tan duras que para sobrevivir me convertí en trovador. Como tal, toco y canto donde me lo piden, valorando siempre mi trabajo, claro.
Yo, por ejemplo, canto un par de valses –"La Contamanina", "Hermosa loretana"– , y si alguien me lo pide también algo más movido, como lo que alegra las reuniones en mi tierra, pero no pido plata. Yo vendo mis discos. ¿A cuánto? Antes a 10 soles, ahora solo a 5 soles, para que llegue a todos, pe’.
No podría decir cuántos discos vendo, porque a veces coloco solo cuatro, pero en otras ocasiones 50 me quedan chicos. Aunque no lo creas, tocando y cantando en una tertulia, acercándome a las mesas y bromeando con la gente, puedo vender mucho más que cuando subo a un escenario. En conciertos el público solo mira.
Con el dinero, saco más discos, y de allí sustento mis pasajes, y la comida. ¿Cuánto? Ríete si quieres, pero puedo comer en una carretilla, o en el Sheraton. Todo depende. Los mejores días son los fines de semana, pero a veces te puedes llevar una sorpresa. Yo he comprobado eso de que ‘la gente del pueblo toma los viernes, pero los importantes los lunes’. Y esas propinas son buenísimas, tanto como las que dan en el cementerio el Día de los Muertos. Pero no olvides que todo trigo es limosna.
Eso sí. A mí nadie me ofende. Si alguien me quiere hacer una broma pesada o me da la plata de mala manera, yo se la devuelvo y le digo que su plata no me sirve, que así se disculpe no canto para él ni por todo el oro del mundo. Mi arte no tiene precio, así que prefiero regalárselo y no hacerme problemas. Esa es la dignidad del trovador.
Por supuesto que tengo una ruta. Empiezo en el Club Loreto, en San Borja, de ahí me paso a La Casa de Los Magistrados. Si no encuentro nada, voy a la San Luis, donde hay bares como mierda. Esa zona es bacán, porque de vez en cuando me encuentro con gente de Iquitos, pero los días que son bajos vengo al centro de Lima. Entonces voy por los bares de los jirones Moquegua, Cusco o Emancipación, y termino en la calle Belén. Aquí en el Munich no hay pierde. Pero a pesar de todo el centro de Lima ya no es como antes, que era echa pa’ echarle. Ahora está muerto, y en algunos lugares te cierran las puertas. No saben que el músico, con la interpretación de su tradición, atrae muchos turistas. Porque, no se confundan, yo no soy manguero. Soy juglar…".
Reportje extraido del "Diario La Republica"
Cortesia de Victor Hurtado Riofrio
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